Me tocó a mí. Era el día en que empezaba el otoño y sentí que un hocico me llamaba a la altura del tobillo. Estaba en la plaza, en medio de los artesanos, solo. A pesar de estar abandonado, conservaba la simpatía, su cola larga y su ser cachorro, negrito y peludo… Una amiga artesana me contó que estaba solo desde hacía un par de meses y fue justo cuando me insistía en que me hiciera cargo que él me hociqueó.
Sus ojos me transmitieron una alegría tal que no pude dejar de adoptarlo, nos miramos, me salió decirle “Atún” y ahí nació nuestro camino común. Se adaptó rápido a las costumbres de la casa y sus habitantes, parecía todo preparado para que llegara él.
Al principio me costó decidirme a quedármelo, era una responsabilidad. Cuando lo vi feliz y regordete advertí que ya estaba instalado en mi vida y yo en la de él. Tejimos una relación de compañerismo independiente: él tenía sus espacios y yo los míos, no había ni fanatismo ni posesión, había momentos compartidos.
Todos los días, más allá del frío que hiciera, lo llevaba bien tarde a la playa para que corriera, mientras yo me dedicaba a escribir, aunque cada tanto me ponía a jugar con él (no era fácil alcanzarlo). En poco tiempo creció mucho, ya había aprendido a levantar la patita, estaba empezando a descubrir su instinto sexual y también andaba al lado de la bici después de horas de “entrenamiento”. Nuestro vínculo se reforzó a cada paseo, más cuando tenía que protegerlo del montón de perros que salen de las casas dispuestos a morder a un cachorro.
Era muy atorrante, siempre dispuesto a jugar, sin embargo, sabía adaptarse y quedarse dormido adonde yo lo llevara. Caía bien, era ese tipo de perro que la gente decía “ay qué lindo, ¿cómo se llama?”, y yo respondía mi nombre en broma y le robaba de modo efímero la posibilidad de nuevas caricias. Creo que nos reímos mucho juntos, digo creo porque no sé a ciencia cierta si los perros se ríen, aunque su boca abierta y su lengua yendo y viniendo parecía un buen intento.
Cada uno tenía su espacio, me parecía que podía dormir en el patio, entonces cuando vino el frío se me ocurrió construirle una cucha, y él movía la cola, se daba cuenta de que su cuarto iba poniéndose de pie.
El miércoles volví tarde, le cociné (ese era un momento único en el que él se daba cuenta de cuánto lo quería) y mientras la comida se enfriaba fuimos a correr a la playa. De regreso, le dispuse por primera vez la cucha, con una frazadota adentro. Le mostré su habitación, le dejé la comida “y las llaves”. Estaba a sus anchas, lo dejé.
Al día siguiente, me despertaron más temprano: Atún estaba raro. Lo habían sacado un minuto para que hiciera sus cosas. Cuando volvió empezó a tener arcadas, a perder el equilibrio. Al verlo pensé que era algo que le había caído mal. Llamé a mis veterinarios, les conté los síntomas, Martín me dijo: “traélo ya”. De a poco empezó a echar espuma por la boca, estaba fuera de sí.
El taxista cuando vio que llevaba un perro dijo que no, a pesar de todos los ruegos. “Una ordenanza”, adujo… Me subí como pude con sus 20 kilos en la bici, a las cuatro cuadras agarré un pozo, nos golpeamos feo. Dejé la bicicleta, seguí de a pie. Gracias a Dios apareció una amiga de mi veterinario que lo trajo. Comenzó la escena médica, inyección con el antídoto. Ya en el consultorio los veterinarios hicieron todo, todo lo que igual ya era tarde. Cargándolo en el camino yo había sentido cómo su vida se iba, fue mucho el tiempo, había entrado en paro, estaba ido. Murió. Había masticado veneno, un pesticida. Cuando todavía no lograba caer en esta realidad, en esta pérdida, comencé a enterarme de más y más casos…
Era de noche, le estaba echando la última palada de tierra sobre su cuerpito (que por el veneno largaba un olor imposible) y al ver sus ojitos todavía abiertos sentí que iba a ser imprescindible que hiciera algo para que no se cerraran los ojos de todos como sociedad porque podía pasarle a cualquiera, incluso a los seres humanos, tan mamíferos como los perros.
Atún había masticado veneno, en plena calle de Villa del Parque. Era tarde, el veneno no dio tregua. Fulminó. Y me toco a mí.
Ignacio Lo Russo
DNI 25.863.527
Amigo!!!!! acá estamos!!!
ResponderEliminarOh, es terrible Nacho. Te cuento que el jueves en una clase del profesorado una alumna contó que su perrita había si envenenada y lograron salvarla. Creo que fue en la zona del zanjón de guardia. Averiguo bien el dato para agregarlo en el mapa.
ResponderEliminarUn beso grande
Liliana Arroyo
IMPORTANTE: DENUNCIAR LOS CASOS DE ENVENENAMIENTO EN LA COMISARÍA!!! LA POLICÍA DEBE ACEPTAR LA DENUNCIA. Si uno luego quiere tomar acciones legales, tienen que estar las denuncias para tener respaldo.
ResponderEliminarentre todos tenemos que denunciar esto!!!!!! gracias por éste espacio, lo tranmitiré a mis conocidos, por que si es por los acomodados de la municipalidad (ver nota en la web de lu17) aquí no ha pasado nada! que bronca!
ResponderEliminarHola, ante todo te entiendo. También mi perra murió envenenada cuando la llevé a caminar en la senda paralela a la ruta en playa Paraná. Pero ... por qué surge el tema del veneno?? No conozco a nadie que disfrute matando perros, o poniendo en riesgo la salud de la gente. Pero la gente se cansa. Cada día paso por Beltrán, y debo frenar el auto por los perros que están en la calle. Mis hijos son perseguidos por perros ¿eso no es riesgo también? El veneno surte un gran efecto en las noticias. pero alguien hace algo?? Los perros de tu cuadra andan siempre sueltos como tantos cientos. Nadie envenena por placer, la gente se satura y comete serios errores.Sobre la zanja de guardia, hay una pequeña jauría, ya formada de 5 o 6 que andan por ahí abandonados. Alguien hará algo a tiempo? como dije en la radio, el problema es la causa y no la consecuencia, que seguramente no existiría.
ResponderEliminarLos perros de la zanja de guardia, ya no molestan más, los envenenaron a todos...
ResponderEliminarPara variar la gente se la agarra con los más débiles, en este caso los perros, y no con los verdaderos culpables que son tanto los dueños irresponsables como la municipalidad.
ResponderEliminarLa consecuencia no deja de ser un verdadero problema. Esto no es una opinión personal: lo dicen las leyes que prohíben la utilización de cebos (trampa). Creemos que este es un principio para hacer algo. Los medios son imprescindibles para llegar a la comunidad y movilizar a los responsables públicos. Ellos son los que tienen que actuar, tanto en el control de la vía pública ( y con esto no nos referimos a matarlos) , como en el del envenenamiento. Como decían en el folleto: ¡NADA JUSTIFICA UNA MUERTE ASÍ!
ResponderEliminarSomos de la escuela 710 de 3º1ºnaturales y estamos realizando un proyecto en el cual nos basamos en la TENENCIA RESPONSABLE DE PERROS,y consideramos que estamos totalmente de acuerdo con el comentario del 10 de junio,que solo se puede evitar la sobrepoblacion de perros que transitan en la calle,que es la causa si somos responsables con nuestras mascotas,y asi no hace falta recurrir al envenenamiento de perros o de la mascota que sea.
ResponderEliminarNos han sido de mucha ayuda leer este blog.
Me envenenaron 5 gatos.Vivían en el galpón del patio. No pude hacer nada, aparecieron muertos a la mañana y en forma gradual.
ResponderEliminarUna vecina me dijo un día al pasar que molestaban a sus canarios y que sería una pena, refiriéndose a mis gatos, que los maten...Clarito no? Qué pasos sigo? el daño moral nadie lo va a reparar.